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En un movimiento que podría sentar un importante precedente mundial en la gestión del tráfico urbano, Nueva York se prepara para implementar a partir de mañana un controvertido sistema de peajes por congestión en la ciudad de Manhattan. Este esquema busca reducir el tráfico en una de las áreas metropolitanas más densas del mundo y, al mismo tiempo, recaudar fondos para mejorar el transporte público. Sin embargo, su llegada no ha estado exenta de críticas y debate entre residentes, trabajadores y expertos.

El nuevo sistema impone un cargo adicional a los conductores que ingresen al área más transitada de Manhattan, delimitada al sur de la calle 60. Aunque aún no se han anunciado los precios exactos, se estima que los conductores podrían pagar entre 9 y 23 dólares dependiendo del horario y la demanda. Los taxis y vehículos compartidos como Uber y Lyft también estarán sujetos a esta regulación, con tarifas ajustadas según el número de pasajeros y la distancia recorrida. A través de esta medida, las autoridades buscan desincentivar el uso del automóvil privado y fomentar el transporte público y la movilidad sostenible.

La Metropolitan Transportation Authority (MTA) de Nueva York estima que el sistema podría generar hasta 1.000 millones de dólares al año. Estos ingresos se destinarán a financiar mejoras críticas en la infraestructura del transporte público, incluyendo la modernización del metro, nuevos autobuses eléctricos y la expansión de otros servicios de movilidad urbana. Este enfoque sigue el ejemplo de ciudades como Londres, Singapur y Estocolmo, que han aplicado medidas similares con éxito para reducir la congestión y las emisiones contaminantes.

No obstante, el plan ha enfrentado una ola de críticas desde varios frentes. Residentes de los alrededores, especialmente de los distritos más externos de la ciudad, argumentan que el nuevo peaje penaliza desproporcionadamente a los trabajadores de bajos ingresos que dependen del automóvil para trasladarse al centro. Asimismo, hay preocupaciones en torno al posible impacto económico sobre los comercios y negocios locales que podrían registrar una caída en el flujo de clientes. Algunos líderes políticos y organizaciones han planteado alternativas más equitativas, como mejorar el transporte público antes de imponer nuevas tarifas.

A pesar de las controversias, los promotores de la medida subrayan que la congestión vehicular de Manhattan cuesta a la economía cientos de millones de dólares al año debido al tiempo perdido y al aumento de la contaminación. Reducir el tráfico, argumentan, no solo beneficiará al medio ambiente, sino también a la calidad de vida de los ciudadanos y a la eficiencia del sistema urbano.

El éxito o fracaso de este programa podría ofrecer lecciones clave para otras grandes ciudades en América Latina, incluyendo Buenos Aires, que enfrentan retos crecientes relacionados con la movilidad urbana y la contaminación de sus áreas metropolitanas. La ciudad de Nueva York, una vez más, toma la delantera en iniciativas que buscan repensar los entornos urbanos en una era de creciente población y crisis climática.

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